
Lucha por el Espacio. Concepto de Seducción
Hemos visto anteriormente que, entre dos cuerpos desnudos, juntos en la oscuridad, sanos y bien alimentados, el deseo sexual surge de forma automática y que esto puede ocurrir, incluso entre miembros del mismo sexo. En ciertas condiciones, el instinto sexual es casi un acto reflejo y, sin las barreras impuestas por la mente, el concepto de moralidad desaparece.
El deseo sexual, para ser ejecutado, necesita polarizarse y proyectarse en el tiempo y en el espacio.
Polaridad masculina & Femenina
En la naturaleza, es el macho (polaridad masculina), quien ejecuta en forma activa, el «tiempo» de su especie y la hembra (polaridad femenina), la que acoge o recibe, en su espacio, en forma pasiva. Hablamos del acto sexual en sí, no de los diferentes cortejos o rituales de apareamiento, en los que la polaridad puede invertirse.
La evolución humana favoreció la preponderancia del género masculino, cazando y luchando en el exterior del poblado y las hembras, por razones obvias, gobernaron en el interior, dedicadas de lleno al cuidado de las crías y al asentamiento de la comunidad.
Este reparto instintivo de funciones facilitó el desarrollo de la figura femenina como autoridad educativa, hasta la edad en la que el joven macho está preparado para incorporarse al grupo de machos adultos. Estos grupos iniciaban a los jóvenes por medio de rituales, no por capricho, sino para asegurarse de que estaban formados como adultos y no pondrían en peligro la supervivencia del grupo.
Entre las hembras, el desarrollo y reparto de funciones fue diferente, su iniciación al mundo de los adultos estaba condicionada por su biología, su menstruación la ponía en evidencia y daba la señal de que estaban preparadas para su función más básica, la maternidad. Desde un principio, sus funciones dentro del clan o tribu fueron ejecutadas al ritmo que les imponían sus embarazos, casi continuos.
La vida nómada
La supervivencia del clan, sobre todo, en épocas de escasez y penurias, era garantizada por las técnicas tradicionalmente masculinas (protección y caza) pero, la mayor parte del tiempo, la alimentación y equilibrio del clan la aportaban las técnicas tradicionales femeninas (recogida y extracción de vegetales) y la captura de pequeñas alimañas.
La domesticación del ser humano
Desde ese momento, las diferentes culturas y civilizaciones han ido reflejando las necesidades sociopolíticas por medio de leyes morales y religiosas que se ocupan de ordenar y mantener la estabilidad socioeconómica del pueblo. A la par, el género humano, llevado por su afán de conocimiento y poder, empezó a utilizar el ritual sagrado del apareamiento para sus fines personales, aprovechando las condiciones especiales en las que éste se desenvuelve. Dejamos de ser un macho y una hembra, guiados por el instinto, para ser ciudadanos y ciudadanas de ley, gobernados por normas, más o menos justas, que tratan de regular el uso del espacio compartido y que varían en función, no sólo de las necesidades del pueblo, sino de la ciudad o del estado al que se pertenece.
La lucha por el poder
Al principio, las relaciones sexuales estaban determinadas por los niveles de afinidad entre machos y hembras compatibles y reguladas por el instinto. Las violaciones no existían pues eran las hembras las que mediante el celo determinaban la atracción sexual y tampoco existía el enamoramiento pues, la figura de la pareja masculina como única progenitora no había hecho su aparición. Solo existía la relación madre-hijo lactante y no siempre era discriminada, ya que una hembra podía compensar, fácilmente, la falta de otra. El control de la concepción supuso para la especie una revolución tan grande como en su momento lo fue el control del fuego. Significó el hallazgo de una fórmula que permitió a la especie resolver algunos de sus problemas pero que, mal utilizada, podía llevarla a la destrucción.
La lucha de sexos, el enfrentamiento entre los hombres y las mujeres no ha sido nunca una cuestión de estado, por mucho que lo pueda parecer. Ha sido siempre una lucha íntima y privada, de alcoba, una lucha muy antigua, aún por resolver. Una lucha por el poder sobre los frutos de su unión, por el control de la especie, por el control de los hijos y proyectada, inconscientemente, en todos los niveles sociopolíticos y económicos donde el hombre y la mujer hayan conseguido llegar.
La hembra como moneda de cambio
En la antigüedad y en épocas de escasez, las hembras, consideradas el órgano reproductor por excelencia, eran infravaloradas y eran bastante habituales los infanticidios del sexo femenino como método regulador de natalidad. En épocas de abundancia, su valor se encarecía llegando a ser consideradas como objeto de culto, teniendo que pagar a sus familias una dote para su adquisición y disfrute. Hasta la llegada de la agricultura y ganadería, el hambre fue el único motor que impulsó la evolución de los pueblos, pero al adquirir el control y gestión de los alimentos, el género humano dio un giro a su evolución de 180 grados y aparecieron las luchas por el poder, creándose las jerarquías que originaron las diferentes clases sociales.
La erótica del poder
Ya no es el atractivo sexual instintivo lo que las hace tener a un hombre cerca, por lo menos no a un hombre poderoso o rico. Y así, el atractivo sexual, típicamente femenino, comenzó a ser un arma explotada por las mujeres que no podían aportar a la relación una dote o herencia familiar, una alianza. Aparecen las primeras putas o prostitutas, mujeres que venden su cuerpo a cambio de favores o de dinero y que dependen de su atractivo físico para atraer a los hombres; algunos de ellos, poco satisfechos con la pareja elegida socialmente, y otros atraídos, simplemente, por la lujuria y el placer de los sentidos.
Concepto de seducción
Por medio de la observación, algunas hembras fueron conscientes del poder que ejercía el estímulo sexual en los hombres y se dedicaron a potenciarlo y cultivarlo, estimulando sus sentidos con perfumes, alimentos y ropas que insinuaban su disposición al acto sexual. Dejaron de respetar su cuerpo, su instinto natural y lo convirtieron en un arma o herramienta de seducción, de conquista y de poder. El orden sexual que, hasta ese momento, había sido decidido por la naturaleza comenzó a ser violado por el uso inadecuado de los sentidos.
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