Ritmos afectivos. Maternidad y Paternidad amazonas

Ritmos afectivos. Maternidad y Paternidad. Mundo Interno 6

En esta lección vamos a ver los ritmos afectivos de maternidad y paternidad.  Entramos de lleno en el otro ritmo familiar que configura el desarrollo de la mente humana: el rol materno-paterno, propio también de la niñez o fase de crecimiento infantil.

¿Por qué se configura el rol amistoso antes que el rol materno-paterno?

Hemos visto  en la lección anterior que la amistad se encarga de equilibrar nuestras emociones cuando estamos en fase de crecimiento. También vimos que las amistades que se hacen dependientes o exclusivas son originadas por carencias emocionales absolutas y surgen cuando hay un déficit de atención afectiva en el hogar familiar.

Recuerda que estamos hablando de configuraciones mentales arquetípicas, formadas en nuestro inconsciente mucho antes de poder razonar o pensar por nosotros mismos. Hay un factor evidente y es que, en nuestra mente, tenemos conciencia de ser amigos o hermanos de alguien, mucho antes de pensar en ser padres. Y es el rol materno-paterno el que estamos analizando, no el de hijo.

Rol / arquetipo materno

Cuando un bebe nace no tiene conciencia de ser, sino de tener y «posee» una conciencia biológica: tiene hambre, tiene frío, tiene miedo, calor, caca, pis, etc. Y tenemos amigos, por la misma razón, porque reflejan una parte de nuestras necesidades no cubiertas. No decimos: «soy» un amigo, sino «tengo» un amigo y el verbo tener’ refleja posesión o pertenencia.

El amigo nos pertenece porque forma parte de nuestro interior. Es una carencia de nuestra personalidad proyectada en su persona. Poco a poco, el bebé percibe que hay algo que cubre esas necesidades, un pecho, una voz, unas manos, un olor, etc., (cualidades que, también nos ofrece una buena amistad), y «ese algo» le produce placer, satisfacción, plenitud. Deja de tener hambre, frío, etc. y se identifica con el objeto de su goce y de su placer.

Ser o no Ser

Se siente el pecho cuando mama y cesa su hambre, notando el regazo que le acuna y calienta. Y se siente «la voz» que le llena su vacío y su miedo. Y todo ello, asociado, generalmente, a un mismo código u olor determinado: el de la madre. En su inconsciencia, el bebé llega a la conclusión lógica de que, cuando ES, es porque está lleno, caliente y a gusto; y cuando NO ES, es porque está frío, hambriento y a disgusto. Así de sencillo.

Cada vez que despierta para comer y limpiarse, y la madre no está cerca, se siente como si no existiera, como si le hubieran abandonado a su suerte, en la oscuridad. El olor de la madre es la primera memoria de «ser» que el niño guarda en su conciencia. Cuando aparece, él se activa y cuando ella (su olor y su tacto) desaparece, se desactiva.
Cuando nacemos, «somos nuestra madre» o creemos serlo ya que nos identificamos con ella y este hecho origina una realidad emocional simbiótica. Si la hembra humana se dejara arrastrar por su instinto, los primeros días siguientes al parto, estaría ausente y totalmente absorta en el cuidado del bebe.

Impronta materna

Estos primeros días, son de vital importancia pues se produce la puesta en hora o programación de nuestro reloj biológico. Las primeras 24 horas son de vital importancia ya que se recibe la «impronta» emocional. Al nacer, lo primero que debería de encontrar un bebe es el regazo de su madre, su pecho y su olor. La persona encargada de nutrir y cuidar del niño durante sus primeros años es la encargada de sintonizar su frecuencia con las frecuencias de los demás miembros de la familia. Esta sintonización se produce en los sucesivos y diversos contactos que madre e hijo tienen en el tiempo. Cada cierto tiempo, somos higienizados y nutridos, el resto dormimos.

El vínculo con la madre nos otorga el sentido del tiempo

Al principio, toda la energía es invertida en asimilar el proceso del parto. Cuando ya nos hemos adaptado, se produce el despertar de los sentidos, y el niño comienza a interesarse por el mundo que le rodea. Comienza a integrar, poco a poco, trocitos de realidad y su desarrollo mental correrá parejo al desarrollo de sus hábitos alimenticios. Observamos que la relación con la madre es una relación que se desarrolla en el tiempo y que desarrolla la noción de tiempo biológico en nosotros.

Al principio, en el útero, no hay sentido del tiempo ya que el feto es alimentado por medio del cordón umbilical. El momento del nacimiento, el parto, es similar a una tremenda explosión, (más o menos tremenda, en función de la naturalidad del parto) que deja exhaustos a los débiles sentidos del bebé y marca el momento cero.

Kilómetro cero

Pero la puesta en hora exacta comienza cuando nuestros sentidos se ordenan. Esto se produce cuando somos tomados por nuestra madre y saboreamos su leche, olemos su cuerpo y oímos su respiración y su voz. La vista no es necesaria por el momento. Muchas personas, al despertar cada día, no se sienten personas hasta que desayunan, su humor en ese periodo de tiempo refleja el periodo de tiempo que transcurrió desde el momento del parto hasta su primera «toma», de conciencia…

La madre nos trasmite nuestra conciencia de ser o no ser, (nos alimenta, nos viste, nos limpia, etc.) hasta que somos capaces de hacerlo por nosotros mismos. Nuestras constantes vitales, sobre todo la higiene, la alimentación y el descanso, necesitan una constante atención para que no aparezcan retrasos en nuestro desarrollo. En la medida que el niño crece y aprende, sus contactos con la madre se vuelven más esporádicos, pero no por ello menos importantes.

Sentido del tiempo

«La madre es la encargada de ajustar los ritmos biológicos del niño a los ritmos sociales adecuados para cada edad. Y lo hace de manera natural, intuitiva, por medio de sus cuidados, de su voz, del orden con que supervisa nuestras acciones.»

La voz de la madre tiene un componente marcadamente emocional, basta con oírla para sentir que estamos en la infancia. Para madurar, es necesario que nos vayamos alejando gradualmente de su regazo y del sonido de su voz. El rol de madre nace de la identificación del hijo con la figura que le nutre y protege durante su infancia y le marca los ritmos o etapas de su desarrollo mental-social hasta su madurez e independencia. La madre es la encargada de configurar y de programar, etapa tras etapa, el orden interno adecuado para superarlas con éxito.  Si la madre no presta la atención adecuada a las necesidades del niño, este sufrirá retrasos en su adaptación social y compensará estos desajustes con diferentes desórdenes:

  • Primero en el tiempo: de la madre y en la salud del niño.
  • Después en el espacio:  en la escuela y en el desarrollo de su personalidad.

Problemas en el tiempo

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Lo primero que se altera es el ritmo del descanso o sueño. Conforme el niño crece, no sólo quiere limpieza y comida, además necesita una estimulación de los sentidos adecuada a su mente de principiante; manteniéndose despierto, el niño pide a la madre que le entretenga. Si la falta de atención persiste, comienzan los desórdenes alimenticios, los gustos se alteran, se hacen caprichosos, empiezan a compensar la falta de atención en el horario de comidas. Por último, sufren retrasos en el control de esfínteres, manteniendo la etapa de bebe más tiempo de lo necesario. Cuando estos desórdenes persisten en el tiempo, se manifestarán en los diferentes espacios por los que el niño circule, el primero de ellos la escuela.

¿Qué tipo de atención es esa, de la que estamos hablando?

No hablamos de cantidad, sino de la calidad de la atención

La madre que preste su atención de manera mecánica, fría, por obligación o rutina, teniendo el pensamiento en otra parte, provocará al bebe un vacío, un frío interior, traducido como falta de afecto. Las madres frías suelen tener niños retraídos y aparentemente tranquilos. Estos niños maduran lentamente.

Por el contrario, una madre preocupada, en exceso, por los cuidados del niño, atosigándole continuamente, le provocará una sensación de plenitud excesiva, empachos, vómitos y unas rabietas descomunales. Las madres calientes, tienen niños activos y revoltosos, precoces, que suelen madurar con excesiva rapidez. Encontrar la dosis justa es cuestión de interés y aprendizaje, de escuchar los ritmos del niño y sobre todo los suyos propios.

El rol madre-hijo ha permanecido invariable prácticamente desde la antigüedad. La liberación femenina de los roles tradicionales de esposa y madre no ha hecho mella todavía en el inconsciente colectivo y, mucho menos, en la mente humana, programada para su evolución actual, hace millones de años.

Regulación emocional y sexual

Lo que sí ha cambiado y está evolucionando a mucha velocidad es el ritmo emocional de la humanidad, del cual surge la regulación sexual entre los adultos de la especie humana, lo que nos lleva directamente a la relación madre-padre y a la atracción sexual, de la cual nació el niño del que ahora estamos hablando. Del estado emocional de la madre va a depender el estado energético (la salud) del niño, en sus primeros años de vida. El niño no vive sus emociones como experiencias propias, todo lo que vive es tamizado por la actitud de la madre, (al igual que su comida, pues no tiene dientes y lo toma todo en papillas, tamizado). Si ella es feliz, el niño lo será.

Con el niño no sirven los disimulos pues él vive, por y para su madre y hasta el más mínimo cambio en el tono de su voz, es registrado por la mente del niño. Es habitual que niños de dos o tres años perciban la tristeza de la madre sin que ella la haya manifestado conscientemente.

Miedo a los extraños

Cuando su madre se relaciona en presencia de él, percibe a los extraños como rivales que limitan la atención de la madre hacia él. Los identifica con el NO SER. Dependiendo que la dosificación de ese SER o NO SER, sea la adecuada en el tiempo, el niño vivirá la falta de atención de su madre con, más o menos, angustia. Angustia que refleja en el «extraño de turno». Los niños bien atendidos suelen ser complacientes y el niño que es huraño no «da» porque no tiene suficiente atención.

«Mientras el niño siente que su vida depende de la vida de su madre, se aferra a ella física y emocionalmente»

El niño reclama la atención de su madre

Todas las señales que el niño emite están programadas para activar a la madre ya que estas se preocupan cuando sus hijos no duermen, no comen o no son simpáticos. También lo hacen si son hiperactivos o muy lentos. Este tipo de problemas se manifiestan, por primera vez, en una edad en la que la razón del niño, sus sentidos, están muy limitados y sus sentimientos, son expresados por medio de emociones. El niño actúa sin pensar. Su cerebro infantil está configurado por un archivo básico de señales instintivas que le permiten distinguir la realidad. No premedita la acción, la vive. Lo bueno, le origina placer y atracción, lo malo repulsión y dolor. No necesita más ya que la mayor parte de su energía la invierte en crecer. Todo lo vive como un juego y no comprenderá la noción de enseñanza hasta mucho más tarde, cuando el intelecto haga su aparición en él: cuando empiece a distinguir el bien del mal, no en función de su propio placer individual, sino en función de la familia o comunidad a la que pertenezca.

«En el ser humano adulto, el rol de madre se mantiene activo por medio de la identificación y mantenimiento de nuestra conciencia corporal y ritmos biológicos»

Rol / arquetipo paterno

Cuando el crecimiento del niño se estabiliza aparece su interés por el exterior y empieza a explorar los alrededores sin ayuda de la madre que, hasta ahora, había reflejado su vida emocional interna. La figura materna va a ser alternada con un nuevo rol dentro de su mente: el rol de padre, donde proyectará sus andanzas por el exterior, la evolución de su mente.

En el rol paterno el niño va a proyectar la evolución de sus sentidos, el avance de 
su intelecto.

¿Desde qué momento aparece en la conciencia del niño el rol de padre?

En realidad, está ahí desde antes que el rol materno solo que, de forma inconsciente. El feto, dentro del útero, no ha transferido la percepción de su conciencia biológica a la figura materna pero ya percibe, de una manera rudimentaria, señales del exterior que identifica como propias. Sobre todo, señales auditivas y lumínicas, amortiguadas por la pared uterina y el líquido amniótico. No les presta demasiada atención, pues su mente aún no está activada para sobrevivir, a no ser que sean extremas y alteren su ritmo cardíaco. Las vive como en un sueño y configuran una memoria rudimentaria que queda solapada por la memoria inicial del parto. En esa prememoria o memoria emocional primaria están registradas las interacciones de la madre, con cada uno de los miembros de la familia, así como su actitud hacia el medio exterior.

La voz de nuestra madre nos programa desde antes de nacer

La voz de la madre registra todos los matices emocionales y los transmite al interior del útero, donde él bebé los percibe como propios. Si la actitud de la madre es tierna o afectuosa, si, por el contrario, está enfadada o tensa, lo transmitirá en el tono de su voz y, durante nueve meses, el feto tendrá tiempo de adquirir una imagen, más o menos clara, del registro emocional de su familia, siempre a través del filtro de la madre. Y así, de manera automática o instintiva, el bebé conoce a su familia: padre y hermanos si los hubiera y se ha formado una idea del mundo exterior. Al nacer, cuando el bebé vaya conociendo a sus familiares, la percepción que de ellos tenga por sí mismo, podrá coincidir o no, con lo que sienta la madre, pero debido a su dependencia emocional, durante toda la infancia prevalecerá el registro de la madre.

Automáticamente, cuando en la sala aparezca el padre para hablar con la madre, esta activará su registro emocional, el niño asociará ese registro interior, a la voz paterna primero y, poco a poco, a su imagen. Así, uno tras otro, con el resto de la familia y de situaciones, de las que el niño tenga registro uterino.

El bebé hace suyos los sentimientos de su madre hacia su padre y el mundo en general

Son los sentimientos de la madre hacia la familia y el mundo exterior los que configuran nuestra memoria inconsciente o primaria.

Si a la madre le causa angustia conducir y lo hace embarazada, el feto asociará el coche a la angustia; si al acompañar a la escuela a sus hermanos mayores, no ha curado sus emociones, respecto a su propia experiencia escolar, el feto y más tarde el niño, las registrará como propias. Sucederá lo mismo con los estímulos positivos para la madre, el niño los registrará como positivos y estimulantes. Esta memoria interna, prefigurada en el útero y configurada totalmente después del nacimiento, nos limita y ha de ser revisada y configurada de nuevo para hacernos adultos.

Este proceso se realiza en la adolescencia, cuando el joven contrasta la realidad que él ve y observa, con la realidad que la madre le transmitió. Antes de esa edad, todos los intentos que hagamos por convencer a un joven de que su madre y, por tanto, sus emociones no son correctas, serán inútiles.  Hasta la adolescencia no estamos preparados para ver la realidad por nosotros mismos y, aun así, si, en esta época, no tenemos independencia económica o educación suficiente, nuestros padres seguirán mediatizando nuestra vida y opiniones.

Ver a los padres como personas

Queda claro que el rol paterno, en cuanto a nuestro desarrollo como niños, no es más que un reflejo de los sentimientos y emociones de nuestra madre hacia su pareja o esposo. En nuestra mente, las figuras que reflejan el rol de padre y de madre no tienen nada que ver con el hombre y mujer que en realidad son. Al madurar, debemos de aprender a verlos no como madre y padre, sino como un hombre y una mujer con sus virtudes y defectos, reflejo del tiempo y del espacio que les tocó vivir y, por tanto, de la educación que recibieron. Y manifestarles el respeto que se merezcan.

A continuación, debemos adaptar nuestro rol materno-paterno a nuestras necesidades evolutivas. El rol de madre, reflejo de nuestra conciencia íntima, individual y biológica y el rol paterno reflejo del desarrollo de nuestros sentidos y conciencia social, más o menos global, en función de nuestro desarrollo cultural y económico. En nuestra mente, siempre seremos niños dispuestos a seguir creciendo y aprendiendo de nuestra madre y de nuestro padre, respetando sus ritmos internos y sus leyes externas.

Siempre niños

Nuestro YO, proyectará ese punto de vista siempre fresco, dispuesto a crecer, a renovarse, al igual que cuando éramos niños y paseábamos cogidos de la mano «en medio de papá y de mamá»
  • Madre:  Conciencia biológica. Mente global. Femenina, tanto en el hombre como en la mujer.
  • Padre:  Desarrollo de los sentidos. Mente analítica. Masculina tanto en el hombre como en la mujer.
  • YO:  Conciencia neutra. Sin tiempo, ni género.

mano con pulgar hacia arriba

«Amazonas» va de cómo los humanos adquirimos la conciencia de género y de cómo superar los problemas que la diferenciación genérica ha generado en las personas. Para su mejor integración es recomendable descargar en primer lugar «Ser Mujer» y «Ser Pareja Hoy».

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